Hay psicólogos buenos, los hay regulares y posiblemente uno que otro bastante incompetente, al igual que hay arquitectos, abogados, biólogos o ingenieros buenos y malos. Pero me parece que, sobre los profesionales en ciencias de la conducta, sean psicólogos o psiquiatras, es sobre quienes por excelencia recaen muchas críticas negativas. Y si bien en algunos casos puede haber algo de razón, en la practica lo evidente es que, más que profesionales errados, lo que existen son pacientes errados.
Estamos viviendo en un estilo de vida en que todo es instantáneo: sopas instantáneas, café instantáneo, dinero instantáneo por cajeros automáticos etc. Y por lo tanto no es de extrañar que muchas personas lleguen al consultorio buscando la solución instantánea a todos sus problemas.
Unos acuden a la consulta esperando que les den rápidamente la formula milagrosa para resolver sus conflictos y otros van esperando que sea el psicólogo quien, como por arte de magia, le cambie a aquel de sus seres queridos que les está causando dificultades. Pero, por lo general, con muy poca disposición a examinarse y ver en qué forma han contribuido al problema y cómo pueden contribuir a solucionarlo.
Corregir un problema serio de conducta, una relación familiar malsana, un hijo con una autoestima deteriorada, en consumo de alcohol o de cualquier sustancia psicoactiva, es un proceso largo y paulatino. No se puede cambiar en unas pocas horas una situación que se ha construido durante años. Abrir una comunicación cerrada, recuperar la confianza perdida después de una deslealtad o sanar viejas heridas son todos procesos que toman bastante tiempo y que exigen, no solo el trabajo de un psicólogo, sino, ante todo, el trabajo de nosotros mismos. Es muy fácil ver los errores de los demás, pero que difícil es tener el valor de sentarnos a examinar los errores propios. Tenemos la tendencia a pasar por la vida echándoles culpas a otros (mi papá, mi mamá, mi hermano, mi mujer, mi esposo, mi mala suerte) pero estamos poco dispuestos a reflexionar sobre lo que hemos hecho o dejado de hacer para tener tales problemas o lo que la vida nos esta queriendo enseñar a través de las experiencias difíciles que nos trae.
Aunque suena a frase de cajón, hay que recordar que la única persona a quien nosotros podemos cambiar es a nosotros mismos. Y es a esto a lo que un psicólogo sí nos puede ayudar. Los profesionales en la psicoterapia por lo general tienen las herramientas terapéuticas, no para darnos las respuestas que esperamos, pero sí para ayudarnos a encontrarlas en nosotros mismos. Y cuando se trata de un hijo con problemas, la mejor ayuda que podemos darles es revisarnos como padres y dejar de tratar de solucionarles su vida para dedicarnos a solucionar la nuestra. Con razón se ha dicho que el peor legado que los padres les podemos dejar a los hijos, y que de hecho les dejamos, son nuestros propios conflictos, traumas y temores no resueltos. Los psicólogos sí nos pueden ayudar y mucho, pero muy poco podrán hacer si los consultamos esperando que sean ellos quienes asuman la solución de nuestros problemas y no nosotros. Para los problemas psicológicos o los conflictos emocionales no hay soluciones prefabricadas y fáciles.
Lo único que nos permite resolverlos es tener la valentía para reconocer nuestras fallas y defectos, la humildad para aceptarlas y la honestidad para decidirnos a rectificarlas. Como decía el sabio Séneca, “Las circunstancias de la vida son obra del destino, pero la actitud con que las asumamos y lo que hagamos de ellas es obra nuestra”.
Ángela Marulanda.
“Todos queremos cambiar el mundo y a los otros, pero solo podemos cambiarnos a
nosotros mismos”
. Leon Tolstoi
