Frases como “mi novio me ha prohibido hacer esto"; “no puedo porque sino mi novia se molesta”; o “no puedo vivir sin él/ella” son peligrosamente comunes. Decirlas o escucharlas en nuestras parejas puede ser muy riesgoso. ¿De qué manera llegamos a un punto balanceado?
El primer paso para establecer límites sanos es el autoconocimiento: debemos saber qué nos gusta y qué no, cuáles son nuestras necesidades físicas y emocionales, y con qué estamos cómodos y qué nos da miedo
Frases como las mencionadas arriba son ejemplos de pensamientos que una persona puede tener si es que no existen límites en su relación. La palabra límite a veces nos asusta, porque los límites tienden a ser pensados como malos o innecesarios. Además, existe la idea de que, en una relación, nuestra pareja debe poder anticipar nuestros deseos y necesidades, y la idea de tener una frontera “interfiere” con la relación. Sin embargo, la realidad es que una relación (sea de familiar, de pareja, de amistad, o laboral) no puede ser saludable y realmente funcional si no tiene límites establecidos que sean claros y respetados.
Un límite puede definirse como una frontera física, emocional o psicológica que las personas establecemos a partir de nuestra propia experiencia y necesidades. Los límites deben ser justos y suficientes, y deben respetarnos a nosotros mismos, al otro y a nuestro entorno. Es importante que tengamos en cuenta que el tipo de límite que una persona considera justo y sano, para otra puede no serlo, pues todos tenemos historias y experiencias de vida distintas. Por esto, la comunicación al establecer límites es un factor muy importante, pues asegura que las personas involucradas entiendan lo que quieren decir y negocien qué es lo que les funciona
Existen dos tipos de límites emocionales que pueden verse en las relaciones interpersonales: los límites sanos o saludables, y los que no lo son.
Entonces, un límite físico tiene que ver con lo que una persona se siente cómoda en relación con su cuerpo: espacio personal, privacidad, contacto físico y sexual. Los límites psicológicos y emocionales, por otro lado, marcan la línea entre lo que uno siente y piensa y lo que sienten y piensan los demás. Esto se puede ver como asumir la responsabilidad de las propias emociones y reconocer que no podemos controlar lo que otros sienten y creen; además, involucra ser conscientes de lo que nos sentimos cómodos compartiendo con otros y el respeto hacia lo que otros quieren o pueden compartir con nosotros.
Así, existen dos tipos de límites emocionales que pueden verse en las relaciones interpersonales: los límites sanos o saludables, y los que no lo son. Para entender mejor cada uno, acá dejo algunos ejemplos:
Sentirse responsable de la propia felicidad; tener amistades y otras relaciones fuera de la relación de pareja; hay comunicación abierta y honesta; se respetan las diferencias entre los miembros de la pareja; se pregunta con honestidad qué es lo que el otro quiere; se aceptan los finales; se puede decir que “no” sin miedo y se acepta cuando alguien lo dice; uno puede definir su propio valor y no espera que otros lo hagan.
sentirse incompleto sin la pareja; la felicidad propia depende de alguien más, usualmente de la pareja; hay juegos y manipulación en la relación; celos en altos niveles, que llevan a la desconfianza; uno no puede expresar lo que siente y/o quiere; no se puede dejar ir cuando algo terminó; no se respetan las creencias, valores y opiniones de la otra persona; no se puede decir que “no”, y no se respeta cuando alguien más lo dice; sensación de que se debe “arreglar” o “salvar” a otros
Sin importar a qué tipo de límite hacemos referencia (físico o emocional), es importante recordar que los límites sanos se relacionan con lo que las personas quieren y necesitan y el respeto a las propias necesidades y a las de los demás. Así, los límites sanos no son rígidos, son fronteras flexibles que se amplían o cierran dependiendo de la situación. Entonces, los límites se encogen cuando sentimos que el entorno nos está invadiendo, y se expanden cuando queremos ampliar el espacio entre nosotros y los demás. Cuando logramos definir límites sanos, negociados y respetados, logramos diferenciarnos de otros, reconocernos a nosotros mismos, defendernos del entorno y protegernos de lo que nos hace daño.
Esto ayuda a que los conflictos con otras personas disminuyan, a que sintamos más confianza y seguridad en nosotros mismos y nuestras relaciones, a que podamos comunicarnos de manera más efectiva y asertiva, y a que podamos comprender a los demás de una manera más empática y segura.
1. Trabajar la autoconsciencia: el primer paso para establecer límites sanos es el autoconocimiento, debemos saber qué nos gusta y qué no, cuáles son nuestras necesidades físicas y emocionales, y con qué estamos cómodos y qué nos da miedo.
2. Trabajar en el autoconcepto: parte de hacer respetar nuestros propios límites empieza en el valor que nos damos a nosotros mismos. Por eso, es importante que trabajemos en valorarnos y respetarnos.
3. Ser claros respecto a nuestras necesidades: cuando ya hemos definido qué es lo que necesitamos, debemos comunicárselo a la otra persona. Muchas veces, la falta de respeto a un límite se da por malentendidos y falta de comunicación.
4. Ser específicos y directos: mientras más específicos seamos con nuestros límites, mejor entendidos y más respetados serán. Es importante que podamos decir, además de lo que queremos y necesitamos, lo que nos incomoda y no nos gusta.
Plantear, establecer y respetar límites sanos es importante, pero es una habilidad que se va desarrollando con el tiempo y la práctica. Debemos tener en cuenta que las personas cambiamos con el tiempo y que, por lo tanto, nuestros límites lo pueden hacer también. Aprendamos a revisarlos, a trabajar en conocernos y a confiar en que nadie sabe mejor lo que necesitamos que nosotros mismos, para poder establecer límites sanos y, por lo tanto, tener relaciones interpersonales saludables.
Autora: Andrea Montalvo 22/01/2020